No tardo en presentar la paradoja: la familia tiene una tienda de material de construcción, pero el edificio familiar de la protagonista está mal construido. El padre es un borracho.
Novela escrita con competencia, íntima y seguramente terapéutica para la autora, pero poco estimulante para un lector ajeno a las circunstancias. Aunque Rodríguez da en el clavo con el tono y ofrece algunos pasajes punzantes, no es capaz de hacernos sentir toda la intensidad de la situación.
Lo más problemático es que a veces se instala en el texto una repetitividad molesta que dinamita el poco interés que genera la historia de por sí, pues hay momentos en los que parece que estamos leyendo un manual sobre cómo emborracharnos o cómo ocultar la borrachera al llegar a casa.
Me quedo con esta hermosa frase:
"la lectura es el río que suaviza mis aristas".
No hay comentarios:
Publicar un comentario