La muerte del padre de Karl Ove Knausgård.
Misterioso libro sin ser misterioso. Te sumerge por completo en lo que sucede y lo que sucede apenas resulta significativo. Levantamiento de cejas. Es decir, deglutes con alegría y entusiasmo, pero eso no impide que le sobren 100 páginas tranquilamente, sobre todo por sus excesos descriptivos. Como excursión taciturna por el entorno escandinavo, con sus casitas, sus bosques y su frialdad familiar, puede funcionar. Como reflexión sobre la muerte, se queda algo corta. Da la sensación de que la primera parte es mayormente relleno, andanzas infantiles sazonadas con ocurrencias vagas y algún intento de definir al padre a brochazos. Merece más la pena la segunda parte, especialmente el tramo final, especialmente la frase final (spoiler): "Y la muerte, que yo siempre había considerado la magnitud más importante de la vida, oscura, atrayente, no era más que una tubería que revienta, una rama que se rompe con el viento, una chaqueta que cae de la percha al suelo". Esta frase bien podría resumir las expectativas que tenía y lo que acabó siendo el libro. Uno entra esperando ver el escalpelo diseccionando el cadáver del padre y el interior del autor, pero sólo encuentra una linterna alumbrando restos de ropa tirada.
Simplificar lo que significa la muerte es arriesgado. La visión simplista que ofrece Knausgård es cuestionable, ya que puede servir de excusa para juntar palabras sin profundizar, apropiándose de la atmósfera oscura que brindan el título y los primeros párrafos sin verdaderamente merecerlo; el título usado casi como cliffhanger y el proceso de lectura convertido en una larga espera. La estrategia es útil, pero no es del todo satisfactoria. No cabe duda de que es un libro muy personal y quizá ese sea su mayor defecto, pues lo particular se impone a lo universal. Se produce una colisión entre la profundidad del tema, un tema que por naturaleza es universal, y el enfoque extremadamente personal y poco reflexivo que se le da. Falta reducir la distancia entre esos dos puntos para que salten chispas, aunque esto no impide que detrás haya un escritor competente y que el libro se deje leer fácilmente.