Relatos sobre relaciones humanas y poco más, como si
describir los dos extremos de una cuerda fuera suficiente para entender el
funcionamiento y la tensión del conjunto. A esto creo que lo llaman realismo,
la superficie de las cosas elevada a la enésima potencia. Y cada relato es una oda a la
banalidad. Quizás en la vacuidad de los textos está la gracia y es ahí donde
reside su profundidad. Quién sabe. Hay un relato que parte de una idea bastante
original, el del espacio-balcón, con una especie de astronautas y tal, pero luego no va a ninguna parte, no hay
resolución, no hay impacto, gárgaras que ni traga ni escupe, se quedan ahí a
ver si algún fenómeno de la naturaleza o el mismísimo Jesús Cristo en persona baja
para convertir el agua en vino. Esa ausencia de puñetazo es común a casi todos los relatos. Lo más positivo es la prosa, muy cuidada y con
un fluir muy suave. Si tuviera algo relevante que decir podríamos estar ante un
autor a considerar. Habrá que explorar otros terrenos para ver si la cosa mejora.
Historias patagónicas. Falsa calma, María Sonia Cristoff
Hace 17 horas