31 de octubre de 2021

¿Y qué?

Distancia de rescate
de Samanta Schweblin.

Este libro dejó tanta huella en mí que lo he leído por segunda vez sin recordar que ya lo había leído (a principios de 2016, comentado aquí). Y lo más sorprendente es que mientras lo leía, nada me resultaba familiar. 
Quizá el universo me estaba pidiendo una segunda opinión, menos impulsada por el hartazgo y la basura que me iba encontrando en ese momento, pero me temo que el diagnóstico es igual de malo.

Samanta Schweblin plantea dos conceptos interesantes: el de la distancia de rescate y el de la migración de las almas, para luego no llevarlos a ninguna parte. Estamos ante un relato deliberadamente confuso y ambiguo que se queda exactamente en eso, en algo confuso y ambiguo que no aporta gran cosa. Es una novela que despierta muchos "¿y qué?".

Curiosamente, en la primera crítica que hice de la novela, usé una de las frases más significativas de Nietzsche para describir lo que sucedía: algunos enturbian sus aguas para hacerlas parecer más profundas. Pues en las notas de esta segunda lectura tenía la misma frase apuntada. Una metáfora que aquí encaja a la perfección.

A nivel literario todo es bastante mediocre... con tramos iniciales en los que la mezcla de voces no funciona bien, con una prosa meramente funcional que no es capaz de crear una atmósfera siniestra y con muchas preguntas que se quedan sin respuesta.

Observaciones con spoiler:
- Lo mejor del libro es la idea de "distancia de rescate": la distancia que determina cuánto tardaría la madre en socorrer a su hija. Está bien, ¿y qué? En ningún momento se utiliza el concepto de manera relevante.

- Puedo entender que Samanta Schweblin sugiera que los dos niños, David y Nina, han intercambiado almas o algo similar pero... ¿y qué? ¿Qué supone esto para el lector más allá de ser un efecto?

- Hay algo tóxico en el pueblo que mata a la gente. ¿Y qué? ¿Es una crítica a las fábricas, a la agricultura y los pesticidas, es algo misterioso relacionado con la señora de la casa verde...?

- La confusión y la ambigüedad no pueden ser un fin en sí mismo y en este caso eclipsan, para mal, al resto de elementos.

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