22 de marzo de 2024

Calorie

Malorie
de Josh Malerman.

Secuela de Bird Box (A ciegas en español) que comparte algunos aspectos positivos con su progenitora, pero cuyo interés, y en gran medida su impulso, dependen en exceso de la posible gratificación final que obtengan tanto la protagonista como el lector. Sigo con spoilers...

La gran virtud de Malerman es que tiene recursos de sobra 
para que la trama no pierda interés. Los escritos del hombre del censo, la información sobre otras personas y las criaturas, que si te tocan el hombro o no, etc. El problema es que esto son calorías de baja calidad: quitan el hambre pero nutren poco (algo que perfectamente se podría decir de la primera obra, pero allí está todo magistralmente confeccionado).

El libro empieza a animarse hacia la mitad, cuando los protagonistas están en el tren. El desarrollo mejora gracias a la aparición de nuevos personajes y a la discordia que existe entre la madre y el hijo. Todo en orden hasta que llegamos al final, donde se produce la hecatombe. Se nos revela que la hija puede mirar a las criaturas desde los 6 años, pero su madre y su hermano no lo sabían, lo cual es tremendamente inverosímil, ya que no tiene ningún sentido, ¿ella podría ayudar a todos con su vista, pero decide no hacerlo? Aquí Malerman antepone el efecto a la credibilidad y el efecto acaba convirtiéndose en defecto.

Por si esto fuera poco, después la madre encuentra a su padre y el hijo inventa unas gafas para mirar a las criaturas (el único factor triste que se permite el autor es la muerte de la madre, para equilibrar un poco el edulcorante). Todo esto rezuma una pulcritud y una conveniencia poco realistas. El autor prima la comodidad y el bienestar del lector y el conjunto se resiente.

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