Llego a la mitad del libro y escupo la tierra que me ha entrado en la boca y la protagonista, por mucho suelo que pise y mucha suela de zapato que repase con la lengua, no posee la capacidad de averiguar dónde empieza la trayectoria de unos hombros, los míos, que se elevan con indiferencia, aunque sí demuestra aptitudes para descifrar el paradero de unos cuerpos inciertos que comparten peso con el polvo.
Juan Eduardo Cirlot: Nebiros
Hace 15 horas
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