6 de mayo de 2022

Infinite Gest

Infinito: La historia de un momento
de Gabriel Josipovici.

Tenía bastantes anotaciones sobre este libro, pero las perdí justo antes de ponerme a escribir esta reseña, así que indagaré menos de lo que me habría gustado. Aquí Josipovici nos presenta a otro sujeto misterioso haciendo preguntas a un tal Massimo sobre la vida de un músico siciliano. La historia de un tercero nos viene de boca de un segundo, lo que evita que la novela parezca un ensayo plagado de ideas.

Gabriel Josipovici es un escritor para devotos de la literatura y escritores, preferiblemente con gusto por lo intelectual. Personalmente, valoro mucho las ideas y la autenticidad que transmite, con su defensa de la pureza del arte y su crítica a los artistas que buscan exhibirse y ser famosos, con frases como (traducción mía) "el compositor de verdad no se preocupa de los sonidos humanos, sino de los sonidos del universo" o "el compositor intenta escribir música del ahora que alcance la eternidad".

En general, Infinito es una obra absorbente con unos valores de autenticidad y veracidad artística que comparto y que me parecen admirables. El toque musical y el estilo recuerdan ligeramente a El malogrado de Thomas Bernhard (comentado aquí). Las referencias a otros músicos y escritores vuelven a ser algo abrumadoras, pero no molestan demasiado. Los recursos metanarrativos, una vez más, suelen dar bastantes pistas sobre lo que intenta hacer el autor.

En este caso (prosigo con spoilers), creo que la clave está en la diferencia entre "singing" (cantar canciones melódicas) y "chanting" (cantar cánticos espirituales repetitivos). Parafraseando: "singing" es empezar en el principio y llegar hasta el final y ahí detenerse, mientras que "chanting" es alinearse con los ritmos del universo (abrazar la eternidad). El primero va hacia alguna parte y el segundo ya está ahí. El autor también señala que la creación es un dejarse llevar, que uno nunca llega a ser un maestro creativo sino una especie de vehículo. De esta manera, forma y contenido vuelven a estar unidos, pues Josipovici, en lugar de establecer una estructura convencional con inicio, nudo y desenlace, se deja llevar por el flujo narrativo que le viene de forma espontánea (a lo Bernhard) y así logra tocar la eternidad, precisamente porque es un relato atemporal en el que no hay paso del tiempo como tal.

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