88 páginas son suficientes para llenarte, o para darte cuenta de que, a pesar de ellas, sigues con hambre. Torrente abrumador de ideas y reflexiones poco desarrolladas y sin estructurar. No plantea escenas concretas, ni situaciones con un mínimo de enfoque; el autor se limita a vomitar lo que le sale de la cabeza sin orden. Uso "vomitar" por su cercanía literaria con la definición wikipédica del acto: "expulsión violenta y espasmódica del contenido del estómago a través de la boca". En la página 22 intenta justificar el caos narrativo diciendo que su madre era igual y que a lo mejor refleja el "desasosiego personal". No me vale. Más allá de alguna ocurrencia interesante, Manuel consigue poco. Paradójicamente, muchas veces los escritores vomitan para poder comer. Este es uno de esos casos.
Anora
Hace 3 horas
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