Se me muere el libro en las manos a las 200 páginas, a poco más de 100 para llegar a la meta. El inicio me pareció sobresaliente, con ese miedo a la mortalidad de los hijos y su oda a la maternidad y con el intrigante misterio del lago que no para de crecer. Steve Erickson hace gala de una prosa exuberante, creando un tejido de simbolismos bastante sugerente, plagado de recursos narrativos poco convencionales.
El problema es que las innumerables capas de simbolismos y extravagancias acaban agotando y la falta de claridad y de hilos narrativos más definidos coagulan el flujo sanguíneo de la obra. Falta equilibrio entre el vacío y el dónde agarrarse. Los recursos que despliega son interesantes, pero por sí solos no hacen que el conjunto merezca la pena. Tampoco tiene demasiado impulso más allá de la fascinación que puede despertar su cualidad onírica. Si dejé de leer es porque alrededor de las 200 páginas, da la sensación de que Erickson pierde el control de la historia y empieza a dispersarse, repitiendo ideas o añadiendo elementos estrafalarios que no aportan nada.
Observaciones con spoiler:
- Utiliza un recurso muy interesante que nos transporta hasta el final del libro con una sola frase larga que recorre todas las páginas. Transmite a la perfección que la protagonista está suspendida en el tiempo y el espacio con sus ensoñaciones, que le impiden distinguir entre realidad y sueño. De hecho, ella dice que nunca ha soñado, pero quizá es porque sus sueños se solapan a la realidad, no son divisibles.
- Tokio y Los Ángeles como ciudades espejo, separadas por un océano, el agua como línea de simetría.
- Tokio y Los Ángeles como ciudades espejo, separadas por un océano, el agua como línea de simetría.
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