Unos alienígenas han mandado un mensaje desde un planeta lejano que orbita alrededor de la estrella Ratner y un adolescente que es un genio de las matemáticas, tras el fracaso de muchos, tiene la misión de descifrarlo. Y por el camino Don DeLillo saca la catapulta y empieza a lanzar ideas como si estuviera en un concurso de triples con los ojos vendados (a ver si encesta alguna)... y cuando uno llega a la página 100, la sensación de confusión y caos es lo suficientemente abrumadora como para mandar el libro a tomar por el agujero en el que vive Endor.
La influencia de Thomas Pynchon en esta novela es más que evidente, pero de influencias sólo no se vive. En la página 66 (edición en inglés de Vintage) se sugiere que la filosofía nos enseña a hablar con apariencia de verdad (incluso mintiendo) y lograr ser admirados. Y es justo lo que me transmite la novela: una falsa profundidad total, una indulgencia, una dispersión y una falta de control que se permiten infinidad de personajes e ideas sin desarrollar, soltando conceptos oscuros que no aportan nada más allá de una capa de seudoprofundidad.
Puede que ese sea el objetivo de DeLillo, mostrar cómo al ser humano le atraen los misterios, aunque no tengan significado, igual que el mensaje alienígena podría ser una mera bagatela. El problema es que esto ya lo hizo Pynchon en V. (tratada aquí) con mucha más elocuencia e inteligencia. No obstante, no descarto una futura lectura, a ver si en otra longitud de onda el mensaje llega mejor.
Si hemos de creer en el que dijo (creo que fue Piglia) que los escritores hablando de otros escritores no hacen más que hablar de ellos mismos, y hemos de suponer enseguida por un momento que sos un escritor, al menos hipotéticamente, estamos obligados a prestar atención a la cantidad de veces que en este blog se repiten las palabras "profundidad" (estúpida por lo demás) y "pseudoprofundidad" (más estúpida pero sugerente).
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