Sin hacer mucho ruido: obra maestra. Prosa tan sencilla como bella. Una sencillez
que no es gratuita porque complementa al contenido. Dos gemelos viven con su
abuela en plena guerra, en plena pobreza. Inteligentes, fríos,
calculadores, en ningún momento muestran sentimientos, como si no tuvieran
emociones. Matan, roban, mueren sus familiares... y no sienten nada, pero al
hacer el bien tampoco. En una parte del texto se menciona que son inseparables.
La narración es en primera persona del plural lo que remarca esa unidad. Los
gemelos representan dos opuestos, más concretamente, simbolizan la unión del
bien y del mal, el yin y el yang. A lo largo del texto se aprecia que a veces
son buenos y a veces son malos, siempre están en un punto medio, pero porque no
son conscientes de lo que es cada cosa, no dividen la realidad en dos opuestos,
y así el lector tampoco puede clasificar su conducta rotundamente. También
hacen ejercicios como el de inmovilidad que funciona como símil de la meditación, como diciendo que se asemejan a los monjes.
Además, como ellos mismos comentan, sólo están interesados en los hechos
objetivos porque el resto no son verdades. La autora presenta la unión de esta
dualidad arquetípica y nos dice que para estar más allá del bien y del mal hay
que desapegarse del entorno, ser objetivo, no involucrarse emocionalmente, es
decir, rechazar todo lo que nos hace humanos, sufrir una deshumanización. El final es muy interesante ya que
ocurre algo que separa a los extremos haciendo que el lector dude de la
veracidad de todo lo ocurrido anteriormente y por lo tanto, insinúa que la
unión de bien y mal no es posible, que para que ambos extremos desaparezcan
tiene que haber cierta falsedad o actitud cínica. Y me quito el sombrero ante la idea de que El gran cuaderno, al mismo tiempo que es una libreta en la que ellos van apuntando sus experiencias, es el libro que tenemos entre manos. La autora consigue que algo que está dentro de la historia traspase la barrera de la ficción y se convierta en algo aparentemente real, dando así más potencia a la propia ficción.
Xita Rubert: Mis días con los Kopp
Hace 1 hora