22 de julio de 2015

Casi Esopo

La vida de los insectos de Víktor Pelevin.

Le di 94 páginas al muchacho para convencerme. Nada. Demasiadas expectativas. Al principio está bien, pero cuando empieza a pasar de unos insectos a otros se hace algo repetitivo. El estilo tampoco sorprende, es más, me resulta simplón. Lo peor es que esas parábolas político-filosóficas que quiere trazar con los insectos no funcionan, aparecen de improviso, algo que pone de manifiesto que los insectos son una excusa para intentar plasmar esos contenidos. Falta desarrollo antes de llegar a la idea que se quiere transmitir. Aunque el contenido (filosófico) tampoco es que sea tremebundo. Nyet.

12 de julio de 2015

Floritura de pescado

Vidas conjeturales de Fleur Jaeggy.

Cogí el libro sin saber de qué trataba. Me encuentro con minibiografías (o relatos de anécdotas) de Thomas de Quincey, John Keats y Marcel Schwob, cada uno de ellos con su capítulo bien dividido. Coincide que no he leído nada de ninguno de los tres. El estilo de Jaeggy me parece interesante, pero el texto es en sí mismo una anécdota y más considerando su tamaño. El veredicto es: indiferencia. Será que desconozco a los tres autores y no puedo saborear sus vicisitudes biográficas. Y si estamos ante el jueguito de dónde está la mosca aquí o allí, es decir, de si es realidad o ficción lo que se nos cuenta, asociado a la obra Vidas imaginarias de Schwob, su relevancia es mínima. Ese jueguito, por sí solo, ya no tiene interés.

2 de julio de 2015

La semilla

El origen de Thomas Bernhard.

La obsesión, siempre cerca, omnipresente, en un tejido teñido de biografía, desde el primer momento, y puñales a la educación y la sociedad austriacas, Salzburgo concretamente, aunque quizás faltan ideas, un más allá de, pero como relato humano, con un mínimo de complejidad formal, la obsesión, siempre cerca, reiterativa, una y otra vez, recuerdos del internado y de la infancia donde el nacionalsocialismo y el cristianismo son gemelos, sin olvidar las agonías educativas, y es que las escuelas y los institutos no hacen más que mutilarnos, destruirnos, aniquilarnos, y no hay remedio, y la aniquilación que perpetran las autoridades que se encargan de obligar a los niños a tener una educación en la que, insisto, no hacen más que eliminar al ser humano que llevamos dentro, con la dificultad que eso conlleva a la hora de reencontrarse con uno mismo, es considerable e inadmisible, pues nadie tiene el derecho de aniquilar la naturaleza del ser humano.