22 de julio de 2023

Outland-ish

Juegos de la edad tardía
de Luis Landero.

No sé si felicitar o compadecerme de todos aquellos que sienten la obligación de leer los libros enteros a pesar de no disfrutarlos, simplemente por el afán de completar su labor lectora. Yo soy incapaz. Me ha parecido buen momento para introducir esta observación. Quizá tenía que haberla incluido en otro párrafo o incluso en otra reseña, pero ya no hay vuelta atrás.

Esta novela empieza con fuerza, indagando en el aprendizaje de Gregorio con su tío. Este último hace una especie de pacto con el diablo y obtiene tres libros mágicos: el diccionario, el atlas y la enciclopedia. Bien. Sugerente.

Gregorio demuestra inquietudes lingüísticas: "se enemistó con las palabras, porque le impedían la visión directa de las cosas. Era imposible mirar el cielo sin que la palabra 'cielo' se interpusiera entre los dos". El lenguaje como velo entre el individuo y la realidad. Bien. Me interesa.

Después de esto, las palabras empiezan a pesar y pese a la calidad de la prosa, aquí me pasa como a Gregor (¿Samsa?), sólo veo palabras; no soy capaz de traspasar los significantes. Y acaba la primera parte sin pena ni gloria. Raudo, me sacudo los numerosos fragmentos aburridos como si fueran polvo en la ropa.

Aquí empieza la segunda parte.

Aviso de spoilers, aunque ya los hay más arriba. No sé si pedir perdón o reorganizar este escrito.

Es buen momento para indicar que Landero aterriza sobre la mesa cuestiones sobre la estructura del discurso, los pactos con el diablo a cambio de conocimiento, el autoengaño para ser feliz, y todo me parece muy interesante, pero poco me llega. Quizá tenía que haber dejado esta intromisión para más adelante.

Aparece la figura de Gil. Gregorio empieza a hablar por teléfono con él y le va informando del mundo, inventándose algunas cosas. Landero cuestiona la validez de la información y el poder de las palabras, llegando a preguntarse si es válido inventarse cosas con el fin de tener un efecto positivo en las personas. Reflexión sobre la ficción y los constructos. Bien. Me vale.

El problema es que la trama de la conversación telefónica parece independiente y hace evidente lo que me temía: que la primera parte es totalmente prescindible (o que se le podría haber metido un buen tijeretazo). Esto perjudica seriamente al lector, que llega a la segunda parte con fatiga acumulada.

Resulta que Gregorio es un impostor que juega a que es otra cosa y eso le sirve para alcanzar la felicidad. El autoengaño como herramienta para ser feliz. Cito: "
toda vida es al menos dos vidas: una, la real e inapelable, otra la que pudo ser y sigue viviendo en nosotros en calidad de ánima en pena". Añado: "Sin usted yo no soy nada", dice Gil. Gil es feliz gracias al mundo que construye Gregorio para él; Gregorio es feliz porque Gil, gracias a las mentiras, le ve casi como un héroe.

Llego a la mitad del libro y
mi conclusión es: hay ideas atractivas revoloteando por las páginas y la prosa tiene sentido estético, pero la experiencia no es disfrutable. Entiendo el juego, pero no quiero seguir jugando. Principalmente porque hay una cantidad abrumadora de paja (gran parte de la primera parte y parte de la segunda parte).

Quizá debería revisar la estructura de esta reseña y de algunas frases.

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