Alrededor de la página 220 las nubes se agolpan, chocan, estallan y empieza a llover. En ese momento pierdo las ganas de seguir jugando entre las hojas, no por la falta de paraguas, sino por la dificultad repentina para ver formas alegres y animadas en unas nubes recién oscurecidas. El cielo se convierte en un manto gris que acota mi percepción y no deja espacio para más sonrisas. La emancipación femenina de Carmen-Mariana-Sofía es cautivadora, exuda ingenio e inteligencia, con una prosa espléndida, aunque hay que decir que tiene trazas de culebrón, pero se perdona ante tanta potencia verbal. No hay que olvidar que las nubes son "un texto variable e infinito como el de nuestros viajes interiores" y que "en las nubes, y nunca en los papeles, está el jeroglífico verdadero". Hay que saber descifrar las nubes, su variabilidad y su indefinición, dejarse llevar por el viento que azota estas páginas y alimenta las llamaradas internas de Carmen-Mariana-Sofía.
No obstante, cabe la posibilidad de que el lector se pierda en una maraña de pensamientos y sensaciones que son puntadas sin hilo y sin aguja, gestos de muñeca que se pueden apreciar por su elegancia y por las agradables corrientes de aire que generan, pero que no acaban formando ningún tejido con el que nos podamos vestir para la fiesta. La prosa es deslumbrante y brilla todo lo que puede para sostener a un texto que es hijo de las nubes y sacrifica el impulso narrativo para flotar al ritmo que marca el viento. La sucesión de pensamientos deslavazados, "pensar es ir saltando de una habitación en otra sin ilación aparente, estancias del presente y del pasado", funciona hasta cierto punto. Un ejercicio de estilo con mucha belleza lingüística y con una imaginación arrebatadora, pero con una historia poco clara y poco conmovedora. Como acrobacia intelectual es sublime; como conjunto, como todo, como organismo consistente capaz de sobrevivir a la intemperie: qué bonitas las facciones de la cara, pero sin piernas es difícil llegar lejos.
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