Todo amante de las matemáticas y la literatura tiene que leer este libro. Historia sencilla de una asistenta, su hijo y un anciano singular con la cabeza llena de números y fórmulas, sazonada con una pizquita de béisbol. Lo más destacado es el hermoso vínculo que crea Yoko Ogawa entre los tres personajes, desplegando una narración sin alardes ni pretensiones que nos lleva de la mano con eficacia y agilidad.
Ogawa también consigue que el lector aprecie la dimensión poética de las matemáticas y cómo estas siempre están presentes de manera oculta en nuestra vida cotidiana o, en palabras de la protagonista, son algo invisible que sostiene al mundo visible, lo que hace que ella sienta paz, que es precisamente la sensación que deja el libro cuando uno lo termina.
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