Es suficiente leer hasta la página 91 para darse cuenta de que Katie Kitamura ha dado en el clavo con el título, ya que consigue separar al lector y al texto por completo, desplegando un monólogo interior que pone una distancia abismal entre ambos. La causa principal de esto es que los personajes y sus interacciones se construyen y desarrollan dando información sobre ellos, no con actos. Kitamura no sigue las indicaciones de la famosa frase "show, don't tell", de ahí que parezca una narración en la que todo nos llega de segunda mano.
Aquí no vas a encontrar a un personaje rompiendo un vaso contra el suelo para reflejar su enfado, no... vas a toparte con la narradora diciendo que el personaje está enfadado. Todo viene filtrado y procesado por la autora. Kitamura se limita a señalar con el dedo, incapaz de crear un texto con vida propia. Vemos la mano que señala a la luna, no la luna.
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