Amago de tratado sobre la elegancia donde cabe todo lo que se le ocurre a Marta.
La premisa parte del artista Cecil Beaton quien dijo que la elegancia es agua y jabón, esto es, "lo elegante es lo sencillo, lo útil, lo de toda la vida". La autora también lo asocia a la honestidad y la discreción.
Y justo lo que le falta a este ensayo es... elegancia, utilidad, honestidad y discreción. Va bene.
Hay que reconocer que el primer capítulo es entretenido, con un estilo fragmentario relativamente fresco y fluido, con anécdotas interesantes y algo de humor.
Poco a poco el name-dropping (marabunta de referencias) va comiéndose al texto y el disfraz de cooltureta honesta y sencilla empieza a desgarrarse y uno empieza a percibir cierto exhibicionismo esnob.
Riezu, júrame por Visconti, Buñuel y Kubrick juntos que ninguna marca (ni Persol, ni Acne, ni Hermès) te ha pagado para promocionar sus productos en este texto. No sé si quedan figuras artísticas y marcas sin nombrar... Lo que queda claro es que tienes un gran futuro como instagramer.
Hay algunos pasajes decididamente repelentes, como su hipotética carta a los Reyes Magos, llena de artilugios exclusivos que sólo se le ocurrirían a una persona extremadamente privilegiada.
Y el privilegio es un problema o no lo es. En el fondo, casi todos los que hemos leído este libro somos privilegiados de una manera u otra. El problema aquí es que se vende una cosa y se ofrece otra, es decir, el objetivo es iluminar la relación entre elegancia y sencillez y esto no es más que un ejercicio de exhibicionismo elitista superficial.
Sigo con un poema:
Riezu es una mujer sofisticada con los pies en la tierra,
se echaba siestas con el Tour
y soñaba con la portada del disco de New Order,
inspirada en la cesta de rosas de Fantin-Latour.
Que alguien me diga cómo digerir la afectación y las ganas que tiene Marta de impresionar con todo lo que sabe y el buen gusto que tiene y todo lo que se puede permitir.
La cita que viene a continuación puede herir la sensibilidad de los lectores: "Hay unas salas del Prado donde siempre aviso a mis acompañantes: sigue tú, nos vemos más adelante. Me pone nerviosa no poder estar todo el rato que deseo con los bodegones".
Que alguien me diga cómo digerir la afectación y las ganas que tiene Marta de impresionar con todo lo que sabe y el buen gusto que tiene y todo lo que se puede permitir.
La cita que viene a continuación puede herir la sensibilidad de los lectores: "Hay unas salas del Prado donde siempre aviso a mis acompañantes: sigue tú, nos vemos más adelante. Me pone nerviosa no poder estar todo el rato que deseo con los bodegones".
En fin... Llega un momento en el que el texto empieza a dar vergüenza ajena.
Se puede valorar el estilo y el abanico de referencias que maneja Riezu, pero me parece lamentable que necesite restregárselas al lector en cada página. Actitud que, insisto, nada tiene que ver con esa relación entre elegancia y sencillez.
El oxímoron más salvaje es el siguiente: Riezu escribe un ensayo sobre el vínculo que existe entre la elegancia y la sencillez y en ese mismo ensayo afirma que no hay que decorar la casa con muebles de Ikea, sino que hay que comprar Thonets, Breuers, Prouvés y Perriands (supongo que muy pocos lectores conocerán esas marcas o diseñadores, yo incluido).
Esto último sugiere que Riezu no es consciente de su posición de privilegio ni de la realidad, pues no asocia la sencillez de un objeto a su precio (hace valoraciones sin tener en cuenta el bolsillo). ¿Una silla que cuesta 500 euros puede ser definida como sencilla? Probablemente sí, en términos de diseño, pero nunca en términos socioeconómicos y ahí es donde cojea. Se percibe claramente que el texto está concebido desde un punto de vista distorsionado, muy alejado de la realidad.
Hay bastantes generalizaciones absurdas tipo: "a los cinéfilos nos gustan los hoteles". No sé si son intentos de hacer piña con ciertos grupos de lectores.
Y hay varias contradicciones, como cuando empieza un pasaje diciendo que cada año elegía al azar una ciudad del mapa y alquilaba un piso un mes entero (exudando privilegio) y luego acaba diciendo que eligió ir a Bath porque allí "Zweig se despidió de Europa". Aclárate mujer, ¿qué quieres transmitirle al lector, tu poderío económico o tu cultura literaria?
Dice que fue a Portugal a ver dos obras de Álvaro Siza y la segunda era "un Siza de aire más Aalto". No se puede decir menos y demostrar más pedantería en una sola frase.
La incapacidad de la autora para percatarse de su situación privilegiada choca bastante con su cultura (que debería expandir su empatía y su percepción del mundo), salvo que esta última sea mera absorción de contenidos y experiencias, puro almacenamiento de información sin profundidad alguna; en definitiva, conocimiento sin entendimiento.
Hay bastantes generalizaciones absurdas tipo: "a los cinéfilos nos gustan los hoteles". No sé si son intentos de hacer piña con ciertos grupos de lectores.
Y hay varias contradicciones, como cuando empieza un pasaje diciendo que cada año elegía al azar una ciudad del mapa y alquilaba un piso un mes entero (exudando privilegio) y luego acaba diciendo que eligió ir a Bath porque allí "Zweig se despidió de Europa". Aclárate mujer, ¿qué quieres transmitirle al lector, tu poderío económico o tu cultura literaria?
Dice que fue a Portugal a ver dos obras de Álvaro Siza y la segunda era "un Siza de aire más Aalto". No se puede decir menos y demostrar más pedantería en una sola frase.
La incapacidad de la autora para percatarse de su situación privilegiada choca bastante con su cultura (que debería expandir su empatía y su percepción del mundo), salvo que esta última sea mera absorción de contenidos y experiencias, puro almacenamiento de información sin profundidad alguna; en definitiva, conocimiento sin entendimiento.
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