El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura.
Leer esto es como meterse un cocido completo a las tres de la tarde en agosto, con 40 grados a la sombra. Uno exige frescura narrativa y se encuentra con una densidad grasosa difícil de digerir. Lo peor de todo es que esta grasa es saturada: palabras que en lugar de aportar nutrientes literarios, se acumulan en las arterias del texto y aniquilan el ritmo. Sobran palabras, sobran descripciones y sobran páginas, pero por suerte no malgasté demasiado tiempo con esta novela.
*Me dolieron los ojos cuando leí que el cambio climático es "una mutación de la naturaleza". Entiendo que la precisión lingüística y conceptual no es el forte de Padura, pero este desliz hace que uno desconfíe de los conceptos que aparecen en el texto.
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