25 de octubre de 2023

Cantamañanas

El Dorado
de Robert Juan-Cantavella.

El título de esta entrada va con cariño y coña y poca seriedad. He venido directamente hasta aquí para hacer el chorra, que quizá fue lo mismo que impulsó a Juan-Cantavella a escribir esta novela.

Este artilugio lleno de palabras es un platillo volante que al aproximarse a tierra quema el césped de los parques, pero resulta que tanta parafernalia no sirve para nada, porque los extraterrestres no tienen huevos a bajarse y nos quedamos sin descubrir las fórmulas matemáticas que nos permitirían alcanzar la inmortalidad celular.

Esto es un ejercicio extravagante y excéntrico que unas veces te pone una sonrisa en la cara y otras te hace fruncir el ceño y muequear de insatisfacción. No cabe duda de que el autor escribe bien y tiene ingenio, pero nada de esto está al servicio de algo más grande, más jugoso, más relevante. Todo parece una broma del tamaño de un caracol.

Un momento... me acabo de comer un Pikachu con un vaso de leche y no sé que iba a decir... ah sí, que lo de usar drogas como excusa para que al protagonista se le vaya la cabeza es un recurso facilón para provocar caos y lanzar al lector estímulos aleatorios.

Mi intuición tras el Pikachu me dice que la novela de Juan-Cantavella quiere parecerse a Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer de David Foster Wallace, pero falta perspicacia e inteligencia en la articulación de ideas.

Olvidé decir que me abdujeron los extraterrestres a las 120 páginas. Así que esta entrada y todas las que están por venir las ha escrito otro, y no digo otra persona, sino otro.

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