A través de un estilo pulcro, relajado, contemplativo, quizá hasta cinematográfico (por las imágenes que plasma), Stig Dagerman logra crear una atmósfera rica y momentos emotivos sin demasiadas florituras, simplemente con una narración precisa y amable. Sutilmente nos vamos adentrando en la historia y vamos descubriendo los entresijos de una relación entre un padre y un hijo tras la muerte de la madre.
Dagerman demuestra mucha sensibilidad narrativa en el tratamiento de los personajes, las situaciones y la evolución de la trama, llegando a reflexionar ligeramente sobre los conceptos de pureza y verdad y mostrando una respuesta al luto bastante peculiar por parte del hijo. Creo que es una novela estupenda que destaca principalmente por su delicadeza y por su fuerza evocadora.
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