Una prosa competente, acompañada de algunos destellos interesantes y de los esperados paroxismos musicales, acaba perdiéndose en la repetición constante de detalles prácticos sobre los efectos de la ELA y las lamentaciones del individuo que la sufre. Y lo que sucede es que a las 70 páginas empieza a desmoronarse, como si la enfermedad se apoderara del texto y lo fuera llevando poco a poco hacia su tumba.
Aunque desde ese momento la esperanza de vida del texto no era alta, di el do de pecho y aguanté hasta la página 100. Una vez allí, después de que los usuarios más activos de Goodreads se acercaran al sillón en el que leo y le dieran la extremaunción, la novela falleció ante mis ojos.
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