Cuando uno deja un libro a las 35 páginas es porque tiene bastante claro que no le va a ofrecer nada en las 300 siguientes. O por lo menos, que los esfuerzos ya manifiestos que está haciendo como lector no van a obtener ningún tipo de recompensa, como Pavlov y sus perros pero al revés. Surgen dudas y un poco de culpabilidad, pero siempre comparo esto con la experiencia en un restaurante: uno no necesita acabarse el plato entero para saber si le gusta o no, con tres o cuatro mordiscos es suficiente.
Aquí Ha Jin tiene un problema serio y es que la narración transmite una ranciedad que parece una novela de hace un siglo (compitiendo de tú a tú con Austen, Flaubert y compañía, y lo digo para mal). El exceso de detalles irrelevantes y la ausencia de personajes interesantes acaban sepultándola. Aunque quizá lo más molesto es que su sencillez temática (por no decir escasez) no se refleja en una lectura fluida, más bien lo contrario, se convierte en una experiencia laboriosa.
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