Al principio la lectura resulta frustrante por tanto desorden narrativo, por la imposibilidad de agarrarse a algún personaje bien definido y por la ausencia de un hilo temporal claro. Poco a poco te vas acostumbrando, aceptando, tolerando, y uno acaba saboreando el caos con gusto.
Irene Solà sabe escribir muy bien, no hay duda. Aquí saca la varita para plantear una especie de realismo mágico de la montaña, con una prosa muy expresiva, desarrollando situaciones y anécdotas con cierto lirismo rural y pinceladas mitológicas. Lo mejor de todo es que la expresividad de la autora encaja perfectamente con el entorno que describe, de tal manera que forma y contenido cabalgan en armonía.
Se le podría achacar que no plantea reflexiones agudas, ni tiene una profundidad enriquecedora, pero lo compensa de sobra con una prosa característica y una visión singular de la naturaleza, el pueblo y la montaña que te da ganas de ir a vivir allí. Además, tiene capítulos sugerentes y la antropomorfización, un recurso que en general suele ser espinoso, funciona bien.
Es evidente que Irene Solà tiene mucho potencial. Posiblemente sea la mejor escritora joven de España (incluyendo machos y hembras hasta los 40 años de edad) que he leído hasta la fecha. Una pena que no escriba en español para poder degustar su obra en versión original.
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