Pese a estar curtido en mil morrallas, sólo pude aguantar unas 70 páginas. El protagonista me parece pretencioso y molesto y el estilo correoso y repetitivo de Walser ayuda poco. Esto no es más que un ejercicio machacón de pseudotrascendencia grandilocuente sazonado con un romanticismo amanerado que trata el autoengaño como si fuera la piedra filosofal capaz de convertir cualquier objeto en algo sagrado.
Rubem Fonseca: El salvaje de la ópera
Hace 3 horas
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