Te di ojos y miraste las tinieblas de Irene Solà.
Abro el libro con ganas de encontrarme algo similar a Canto yo y la montaña baila (comentado aquí) que me pareció excelente, pero ya desde los primeros párrafos percibo, insospechadamente, cierto lodo prosístico, cierta inelegancia, cierta inepcia estilística, y todo esto se confirma a los pocos pasos.
Hay escalones subterráneos, poco iluminados, que invitan y quieren dirigirnos hacia la oscuridad, pero que acaban transformándose en escaleras mecánicas que se mueven en sentido contrario y obstaculizan, si es que no bloquean totalmente, nuestra marcha.
El primer capítulo está lleno de enumeraciones extensas y caos ambiguo y marujeo y personajes y conjunciones y comas y un ritmo que se entrecorta y ángeles y demonios y Dios de vez en cuando y nada atrae y nada enamora.
El segundo capítulo está repleto de lo mismo y ni define personajes ni orienta la narración y uno se cansa en llegando a la página 50 y lo único que puede hacer este uno es cerrar los ojos que le dio Irene y dejar de mirar unas tinieblas que dan forma al título, pero que no vienen secundadas por una atmósfera conseguida ni por un mal de ojo que haga temblar a la piel por dentro.
Y la decepción echa fuego por la boca y chamusca la maleza y con las brasas que quedan cocina el vientre de los lugareños, eligiendo a los comensales apuntando el dedo hacia las sombras.
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