Un hombre ha hecho algo que le ha "granjeado el abandono de los dioses y el odio de los humanos" y huye. Se detiene en una ciudad de malhechores en la que le hablan de la ciénaga y decide probar suerte. Llega a la ciénaga y descubre un lugar que parece otro mundo. A partir de ahí empieza a cuestionarse todo lo que le rodea.
Esta novela tiene un aire (un vapor) a El desierto de los tártaros de Dino Buzzati (comentada aquí), pero con un lenguaje más intelectual y atávico. La atmósfera y las reflexiones del protagonista hacen que se mantenga a flote. Manganelli también plantea cuestiones filosóficas aplicables al mundo real que resultan estimulantes.
Desgraciadamente, pasada la mitad, la obra empieza a desmoronarse, principalmente porque el protagonista no sale de su mente y lo que expulsa tiene una cualidad repetitiva insalvable. La prosa arcaica (y puntualmente pretenciosa) y las ganas de acercarse a la ciénaga desde todos los ángulos intelectuales posibles, sin presentar incidentes prácticos, acaba agotando.
En otras palabras: aquí todo es intelecto. Manganelli podría haber escrito un ensayo filosófico y nos habría ahorrado la tortura que supone llegar hasta el final, el suplicio de tener que experimentar los requiebros de la mente aguantando el olor a barniz literario o, lo que es lo mismo, tener que comer una sopa con tenedor.
Apuntes (pese al desagrado):
- Plantea si gusanos y orugas son un error de la creación y los antropomorfiza, equiparando al humano a estos seres relativamente insignificantes.
- Manganelli se desmarca del caballo y se refiere a "la caballinidad" para reflejar el cabalgar de las ideas, las abstracciones alucinatorias que lleva a cabo la mente.
- Presenta la ambivalencia del lugar: es hostil e inhóspito, pero al mismo tiempo es la paz; es decadente y feo, pero tiene cierta pureza por su silencio y por asemejarse a la nada.
- Esa ambivalencia también se traslada a la relación de la novela con las ideas de Heidegger y Sartre. Cuando el protagonista afirma: "la ciénaga no tiene necesidad en absoluto de mi presencia no sólo para ser ciénaga, sino para ser tierra sagrada", está reafirmando el valor del entorno, acercándose a la postura de Heidegger de la importancia del tiempo y el entorno para el ser. Pero al final, cuando el protagonista no sabe dónde está y dice "explícamelo tú, abstracción mía", la obra se acerca a ese "la existencia precede a la esencia" de Sartre, ya que todo podría ser una construcción de su cabeza y sería el ser el que estaría haciendo de ese entorno lo que es. Y supongo que después de esto la única conclusión posible es que la ciénaga definitiva es el ser humano y su pensamiento.
- Esa ambivalencia también se traslada a la relación de la novela con las ideas de Heidegger y Sartre. Cuando el protagonista afirma: "la ciénaga no tiene necesidad en absoluto de mi presencia no sólo para ser ciénaga, sino para ser tierra sagrada", está reafirmando el valor del entorno, acercándose a la postura de Heidegger de la importancia del tiempo y el entorno para el ser. Pero al final, cuando el protagonista no sabe dónde está y dice "explícamelo tú, abstracción mía", la obra se acerca a ese "la existencia precede a la esencia" de Sartre, ya que todo podría ser una construcción de su cabeza y sería el ser el que estaría haciendo de ese entorno lo que es. Y supongo que después de esto la única conclusión posible es que la ciénaga definitiva es el ser humano y su pensamiento.
*Tendré que volver a leerla aplicando un marco existencialista.
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