Doctor Pasavento de Enrique Vila-Matas.
El prospecto del medicamento dice "Ventolin produce una fina niebla que es inhalada por la boca hasta los pulmones", que es justo lo que ofrece Vila-Matas en esta novela, una fina niebla, tan fina que en lugar de obstaculizar la visión, uno es capaz de ver claramente lo poco que aporta este texto y cómo el propio artificio se convierte en una niebla porque sí.
El texto se autodefine como "la realidad bailando con la ficción en la frontera" y para ello presenta un tejido de referencias literarias y geográficas interconectadas que en un primer momento resulta estimulante, pero que después de 150 páginas empieza a pesar más que la piedra de Sísifo.
El problema de Doctor Pasavento, aparte de la frustrante repetitividad de sus conceptos (desaparición, ausencia, digresión...), es que Vila-Matas está posando con el uniforme de escritor, gritando constantemente al lector que esto es literatura y que él aquí ha venido a jugar. Sus jueguitos, al ser tan evidentes, se agotan rápidamente.
Algunas ideas, como que las digresiones sirven para alejar la conclusión (que no es otra cosa que la muerte), que el narrador va hacia delante precisamente por su renuncia a avanzar o la contradicción de alguien que quiere desaparecer pero se dedica a escribir, pueden tener cierto sentido y algo de interés en su ambivalencia, pero no transmiten ninguna autenticidad. Todo esto parece una pose intelectual. Detrás de este texto no hay una persona, hay un escritor, y eso es obvio en todo momento.
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