Tercer libro de la trilogía compuesta por A contraluz, Tránsito y Prestigio (en inglés "Outline Trilogy"). Curiosa y azarosamente, empecé la trilogía por este libro, sin saber que formaba parte de una trilogía. Siniestra y misteriosamente, leí este en español y los otros dos en inglés.
Aquí Rachel Cusk se disfraza de Thomas Bernhard y nos embriaga con un flujo narrativo tan impecable como implacable. Y yo aplaudo. La supuesta protagonista y narradora que debería llevar el timón, una escritora que viaja por Europa para promocionar su libro, se queda en segundo plano y se limita a escuchar las historias de las personas que se va encontrando.
La diferencia con las obras de Bernhard (autor que aparece mencionado en el texto) es que aquí la protagonista es bastante más pasiva, apenas participa en las conversaciones, por lo que se deduce una crítica no sólo a una sociedad que no tiene tiempo para escuchar a las mujeres, sino un mundo en el que impera el egocentrismo y en el que todo el mundo quiere expresar su opinión y desahogarse con otros de manera unidireccional, desechando la riqueza del intercambio.
Cusk pone sobre la mesa una serie de temas que giran en torno al mundo literario y los conflictos familiares, con observaciones puntuales sobre la maternidad, el matrimonio y el lugar de la mujer en la sociedad. Lo más valioso de estas ideas es que no simplifican la realidad ni imponen una visión maniqueísta que lo divide todo en bien y mal.
El flujo narrativo a lo Bernhard permite que Cusk lance muchas ideas sin perder cohesión, manteniendo la compacidad del texto. Asimismo, la invisibilidad aparente de la protagonista-narradora genera la ilusión de que todo esto no es una visión subjetiva, limitada a una única persona, sino un conjunto de ideas que al venir de diferentes personajes se hacen más digeribles y en su colectividad parecen más objetivas.
Sólo le pongo dos pegas a esta magnífica novela: que todos los personajes son excesivamente elocuentes y, por tanto, apenas hay diferencia entre ellos; y que las ideas, al no tener una trayectoria narrativa más amplia y no estar acompañadas de un edificio emocional, no penetran en el lector con toda la intensidad que deberían. Las ideas llegan, pero igual que llegan, se van.
La diferencia con las obras de Bernhard (autor que aparece mencionado en el texto) es que aquí la protagonista es bastante más pasiva, apenas participa en las conversaciones, por lo que se deduce una crítica no sólo a una sociedad que no tiene tiempo para escuchar a las mujeres, sino un mundo en el que impera el egocentrismo y en el que todo el mundo quiere expresar su opinión y desahogarse con otros de manera unidireccional, desechando la riqueza del intercambio.
Cusk pone sobre la mesa una serie de temas que giran en torno al mundo literario y los conflictos familiares, con observaciones puntuales sobre la maternidad, el matrimonio y el lugar de la mujer en la sociedad. Lo más valioso de estas ideas es que no simplifican la realidad ni imponen una visión maniqueísta que lo divide todo en bien y mal.
El flujo narrativo a lo Bernhard permite que Cusk lance muchas ideas sin perder cohesión, manteniendo la compacidad del texto. Asimismo, la invisibilidad aparente de la protagonista-narradora genera la ilusión de que todo esto no es una visión subjetiva, limitada a una única persona, sino un conjunto de ideas que al venir de diferentes personajes se hacen más digeribles y en su colectividad parecen más objetivas.
Sólo le pongo dos pegas a esta magnífica novela: que todos los personajes son excesivamente elocuentes y, por tanto, apenas hay diferencia entre ellos; y que las ideas, al no tener una trayectoria narrativa más amplia y no estar acompañadas de un edificio emocional, no penetran en el lector con toda la intensidad que deberían. Las ideas llegan, pero igual que llegan, se van.
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