21 de septiembre de 2013

La brasa humana

La fortaleza de la soledad de Jonathan Lethem.

Para empezar ya el título da un poco de repelús. Gracias a él se advierte que la novela quiere ser grande, tiene pretensiones, y al mismo tiempo, que destila cursilería y cierta búsqueda del efecto emotivo facilón. Lo siento Jonny, pero sólo pude aguantar 100 páginas del aroma de tu ambición. Estilo: "La capucha forrada de borreguito de la parka atada alrededor del cuello, la visión en túnel reducida todavía más por la cabeza gacha, el campo abarcable por la vista del chico se limita a los dedos de los pies enfundados en zapatillas Converse atacando alternativamente una ventana oval que enmarca ráfagas cambiantes de pavimento". No escribe mal, construye bien las frases, pero la cantidad de información irrelevante es abrumadora. Hay muchas de éstas. Cansa, falta agilidad, sobran datos innecesarios, cada vendaval de irrelevancia prosística añade una nueva piedra al saco que cuelga de cada párpado, de tal forma que según se avanza, cada vez cuesta más levantarlos para seguir leyendo. ¿Obra maestra de la literatura norteamericana? Lo dudo, aunque ganas no faltan. Salta a la vista que el autor quiere que los demás vean lo bien que escribe. Esas ganas de impresionar hacen que se recree demasiado con el lenguaje para contar cosas intrascendentes, se percibe que quiere parecer un gran narrador en todo momento, no se relaja, quiere bordarlo en todos los huecos. Jonny se sentó en su escritorio neoyorquino brooklyniano, se puso la gabardina de escritor y pensó: "os vais a cagar del novelote que voy a hacer". Y entonces en 100 páginas no sucede gran cosa, pero queda claro que el escritor sabe hacer piruetas. Aparte de esto, el texto desprende un tufillo a moralina sobre el racismo que es poco plausible y rezuma clichés infantiles por todos los poros de la celulosa. Como con eso no basta, con Jonny nunca basta, todo es poco, también intenta ser moderno incluyendo referencias a comics, graffiti, béisbol, intentando poner 3 en 1 en la prosa, desengrasando, eclipsando la pesadez con anzuelos, intentando aumentar el rango de lectores como el pedófilo que regala caramelos a la puerta del colegio.

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