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Entendiendo que nada es trascendente, que el
valor de las cosas depende de cada ser humano y por lo tanto no tienen
valor en sí mismas, y comprendiendo que lo único con valor en sí mismo
es el presente, sin apego a lo que se perdió o a lo que está por venir,
el sufrimiento desaparece. Cuando el sufrimiento se va, la vida se
despliega como puro disfrute de existir en el ahora y en esa comunión
con el universo es cuando se acaricia la inmortalidad.
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