El autor húngaro busca que resuene el plano espiritual tocando el gong del infinito, el todo, la insignificancia, pero el estilo no acompaña (demasiado denso, con frases largas llenas de comas) y acude a la repetición de motivos literarios (los espacios del monasterio, su arquitectura, la belleza de los árboles, etc.) como si esta fuera un eco del mundo espiritual y la omnipresencia del entorno pusiera las tildes necesarias para generar un fresco que intenta ser iluminador, pero que se queda en algo sorprendentemente plano para tratarse de un autor de esta envergadura.
Rescato una idea:
La realidad es finita, como demuestra la obra de Wilford. Cuando cuentas hasta llegar al centillón, no hay más palabras para describir más números. Cantor hizo que el mundo creyera en el infinito, pero la realidad es finita. Y yo pregunto: ¿los límites del mundo son los límites del lenguaje?
No hay comentarios:
Publicar un comentario